La leyenda negra: historia del odio a España by Alberto J. Gil Ibáñez

La leyenda negra: historia del odio a España by Alberto J. Gil Ibáñez

autor:Alberto J. Gil Ibáñez [Gil Ibáñez, Alberto J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2018-06-01T00:00:00+00:00


Inglaterra y Francia estaban en efecto muy interesadas en que Felipe II no contara con un sucesor fuerte que continuara el imperio y aun lo expandiera. Es mucho decir que influyeran en que sus hijos le salieran como le salieron, pero es más que probable que intervinieran en impedir que don Juan de Austria (vencedor de Lepanto) se consolidara como un posible aspirante a suceder a su hermano, máxime contando con el serio y decidido apoyo del papa, que le calificaba como «adalid de la Iglesia». Tal vez sea este asunto el único en que Felipe II cayó en la trampa. Aunque no podemos saber si hubiera cambiado de opinión de no haber muerto don Juan en extrañas circunstancias. Aunque esta tesis pueda extrañar debido al carácter ilegítimo de su nacimiento, el propio don Juan tuvo aspiraciones a convertirse en rey de Inglaterra y le fue ofrecido el trono de Albania y de Morea, e incluso pudo ser rey de Túnez. No es muy aventurado sostener que de haber seguido vivo y haber comandado la Armada Invencible, el resultado del intento de invasión hubiera sido probablemente otro, y con ello la historia de España y de Europa. Pues bien, en cada una de las ocasiones que tuvo, «casualmente» Antonio Pérez maniobró siempre para quitar esa idea a Felipe II, y para alejar así a don Juan del favor del rey al que don Juan siempre fue leal, cosa que Antonio Pérez sabía. Sin duda es en este marco en el que conviene analizar el extraño asesinato de Escobedo, que era secretario de don Juan en el momento de su muerte.

En todo caso, una prueba más de la ingenuidad de los reyes españoles es que con estos antecedentes, Felipe III en 1615 refrendara una sentencia de los inquisidores de Zaragoza en la que se declaraba absuelto a Antonio Pérez de «memoria y fama». Es cierto que este proceso había sido instado por sus herederos que no querían verse perjudicados por los hechos de su padre (de los que no tenían en efecto culpa alguna) y que versaba sobre la declaración de herejía, que probablemente era incierta. Pero siendo la Inquisición en aquellos tiempos la única jurisdicción nacional que pudo juzgar a un Antonio Pérez fugado en Aragón, sorprende la bondad y benevolencia del rey de España y tan terribles inquisidores con un enemigo de la nación, y por tanto de la fe que ésta sostenía con hombres, armas y dineros.



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